viernes, 23 de octubre de 2009


Aquel día, claro que lo recuerdo, a la perfección, cada instante, cada momento, cada mirada, cada lágrima.
Aquella noche. Una pregunta, confusión. Una llamada. Y una sacudida, un huracán, una oleada de inmenso dolor.
Sentir que te vienes abajo, sentir que te quitan la respiración, que se te ahoga el deseo de estar alegre. Y de improvisto, rabia, y estupor, incredulidad. Sentirse traicionada por la vida.
Incontables llamadas telefónicas, el timbre. Una, dos, tres veces. Y una mirada, la mas significante, y un abrazo, el más cálido, con la certeza de un mañana, pero sin serlo para todos.
Cuando suceden estas cosas, incluso en casa todo parece diferente. Es como si un cristal, que antes estaba empañado, de repente te dejase ver mejor la vida.
Y llorar, y dormir, y despertarse, y sentir el vacio mas grande, y llorar, otra vez.
Buscar, no encontrar, y palabras, pocas, mínimas. Uno de eses momentos que te obligan a permanecer en silencio.
Y el abrazo mas conmovedor, primos. Uno de esos abrazos, sentidos, que sabes que jamás olvidaras. Y personas que se te acercan, un abrazo, un beso, sin palabras, y te parece lo mejor, lo más verdadero.
Y otra día más, y ya van seis meses, de recuerdos, de divertidas anécdotas lejanas. De viejas historias que tan sólo el dolor, con su soplo potente, consigue sacar a la luz aveces. Episodios pasados, ocultos, perdidos, pero en el fondo nunca abandonados.

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