domingo, 15 de noviembre de 2009





Inspirada, no no, no estaba inspirada en absoluto. Estaba tirada en aquel viejo sofá, aquel que lleva años echando un momentáneo olor a tabaco de pipa, aquella pipa marrón que alguien sostuvo durante largos años, y que finalmente se consumió, con humildad y serenidad, pero como todo lo que muere, dejó sellado aquel sofá de la parte de atrás de aquella casa, dónde veraneaban juntos.
Todas las noches lo olía en busca de un grato suceso, y derramaba lágrimas contiguas a recuerdos, hasta que un grillo con su canto le recordaba que ya pasara algún tiempo, y que los recuerdos estaban bien, pero que era hora de superarlo. Ella lo sabía, si, pero eso no significaba que su corazón lo quisiera comprender.
Y todas las noches, apoyaba sus orejitas rosadas en una almohada demasiado amplia, bastante desaliñada y anticuada. Aveces el sueño se convertía en mordeduras, se despertaba sobresaltada cada media hora. Una imagen, otra, y otra más. Eran demasiado difíciles de controlar aquellos impulsos, también debía mantener una compostura de autodefensa.
Aquella maldita separación la traía realmente descompuesta, el no se había llevado nada, se lo había dejado todo, todo menos aquellas últimas fotos, sacadas en quien sabe donde en un mes, del que ya no recuerda el nombre, los días han pasado sumisos, la idea la concierne y la cierra en un circulo en el que tan solo cabe ella.

Toc Toc.
-Soy yo mi amor, he vuelto. Ya tengo las fotos.

La locura, es previsible, el amor irracional.

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